La educación en Chile cuenta con un currículo orientado al desarrollo de las capacidades cognitivas y sociales. En el área preescolar se abordan las emociones desde el ámbito personal y social, pero al avanzar hacia los niveles básicos y medios, la esencia se pierde al priorizarse la adquisición de competencias.
Expresar nuestras emociones, reconocerlas y regularlas es una tarea que requiere de un aprendizaje que debe comenzar en la primera infancia, pero que lamentablemente se deja de lado por logros más inmediatos.
Por ello, si queremos una verdadera educación de calidad, creo que la clave está en la transversalidad. Si bien hablar de las emociones desde la infancia ayuda en la formación personal, practicarla a través de la vida permite enfrentar desafíos, adquirir nuevos conocimientos, oportunidades laborales y una vida personal más sólida.